Ahora es otro cantar
Pocos nombres tan eufónicos y expresivos de su origen como el de la plaza de Cantarranas (o Cantarranillas). Así lo justificaba el historiador y arquitecto vallisoletano Juan Agapito y Revilla, “por pasar por allí el Esgueva, que iba descubierto, en cuyo cauce las ranas y sapos darían sus acostumbrados conciertos».
Es sabido que, hasta comienzos del siglo XX, el segundo río de Valladolid transcurría por esta zona y el propio Agapito y Revilla, como arquitecto municipal del Ayuntamiento de Valladolid en aquella época, fue el encargado del proyecto (1908) que desvió los ramales hasta llevarlos al cauce actual. De esta manera, el centro de la ciudad se liberó de estas aguas dando lugar a nuevas calles y plazas, como la de Cantarranas.
En su origen, como se recoge en el libro ‘Las calles de Valladolid’ del historiador, este espacio estaba delimitado por “la calle de Macías Picavea [antes de 1899 calle de Cantarranas], la Fuente Dorada y la acera de los pares de la calle de Platería, hacia el Esgueva, del lado de la plaza de la Libertad”. El resto de la zona se conocía como «Plazuela de Cantarranillas», por su proximidad con la entonces calle de Cantarranas.
Esta denominación procede de 1676, al menos, aunque también era conocida en aquel entonces como ’de la Virgencilla’, «por tener alguna efigie de María, en algún nicho o cosa semejante”, como relata Agapito y Revilla. Además, se tiene constancia, según el famoso ‘Plano de Valladolid’ de 1738 del cartógrafo vallisoletano Ventura Seco, de que hubo un puente llamado ‘Puente de los Gallegos’ por ubicarse cerca de esa calle. También, como figura en los autos del Regimiento de 1499, debió de haber un corral llamado del Abad, donde se lee “corral del abad hasta la Costanilla”, probablemente una antigua callejuela estrecha desde Fuente Dorada hasta Cantarranillas.
Ya en nuestros días más cercanos, a mediados del siglo XX, la plaza de Cantarranas se convirtió en lugar de referencia para el intercambio de tebeos, monedas o cromos. Cualquier vallisoletano/a puede recordar con nostalgia aquellas mañanas de domingo en las que llegabas con la ilusión de conseguir ese cromo que se hacía de rogar para finalizar tu álbum o colección. En aquella época, también fue escenario de los famosos juegos de chapas que se celebraban durante la Semana Santa.
En las últimas décadas del siglo, se convirtió en una de las principales y más concurridas zonas de fiesta de la ciudad, donde el rock era el estilo dominante, y que se extendía a la cercana calle Macías Picavea.
En la actualidad, tras la rehabilitación de los antiguos edificios, el espacio es totalmente peatonal, tranquilo, que cuenta con asientos y farolas. Aquel bullicio nocturno (que bien podría recordar al incesante croar de otras épocas) continúa los fines de semana, pero el día también ha ganado su terreno con las terrazas, un fantástico y colorido oasis alejado del tráfico, en donde disfrutar de un vermú o un café.
Accesibilidad
Todo el espacio de la plaza es llano y plenamente transitable desde sus accesos por las calles Ramón Núñez, Ebanistería y Gallegos, con pavimento de adoquines y losetas de granito.
En calles cercanas, hay plazas de aparcamiento para personas con movilidad reducida como las ubicadas en Conde Ansúrez, 2 (a unos 140 metros) y Bajada de la Libertad, 2 (170 metros). Asimismo, cuenta con dos parkings cercanos, el de Portugalete y el de plaza Mayor.
Recurso analizado gracias a la financiación del Ayuntamiento de Valladolid.